En una reciente visita al Museo de Historia Natural de Londres me he encontrado con una increíble historia que me gustaría compartir con todos vosotros. Trata de la pérdida y descubrimiento de la curiosa mascota adoptada por Charles Darwin en las islas Galápagos y que le acompañó a lo largo de su largo viaje en el Beagle; esa vuelta al mundo fundamental para elaborar su famosa teoría de la evolución biológica.
Era una tortuga, pero no una tortuga cualquiera. Se trataba de una cría de la tortuga gigante de la isla de Santiago, años más tarde bautizada científicamente Chelonoidis darwini en honor del insigne naturalista británico. En esa época la recolección de especímenes era fundamental para avanzar en el estudio y la catalogación de la naturaleza. Amante de los animales, Charles Darwin se encariñó con este animal y lo tuvo como mascota en su camarote desde octubre de 1835 hasta su llegada a Falmouth en octubre de 1836 tras el largo periplo.
Tuvo suerte el animal, pues sólo 4 de las 48 tortugas llevadas al Beagle se salvaron de servir de comida a la tripulación y lograron llegar vivas a Inglaterra.
Como era de prever, la tortuguita no aguantó el húmedo clima inglés y murió apenas un año después. Científico escrupuloso, Darwin entregó el cadáver de su exótica mascota al museo, donde rápidamente fue disecado y etiquetado. Pero contra todo pronóstico el ejemplar se perdió, extraviado entre las colecciones. ¿Se puede perder una valiosa tortuga disecada? Pues sí, es perfectamente posible.
La razón principal de este olvido fue que el número original de su catalogación se había escrito en la parte interior del caparazón, una zona invisible si no se abre y da la vuelta al animal disecado. Por eso, desde 1874 aparecía en los catálogos oficiales como ejemplar joven de procedencia desconocida.
Mientras hacía una lista de los reptiles colectados por Darwin en el Beagle, el conservador del museo Colin McCarthy se sentía frustrado de no encontrar entre las colecciones conservadas ninguna tortuga, algo ciertamente extraño. Así que decidió revisar todos los animales y sus etiquetas. Para su sorpresa, hace 5 años hizo un importante descubrimiento. Cuando miró la zona ventral del caparazón de este animal desconocido comprobó que tenía en sus manos a la perdida tortuga de Darwin. Así lo demostraba el registro original: Número 37.8.13.1 y lugar de recolección, James Island, ahora conocida como San Salvador o Santiago. “Ha sido uno de los momentos más excitantes de mi carrera” reconoció posteriormente Colin.
170 años después, el Museo británico muestra orgulloso esta tortuga perdida y recuperada como parte de la colección original del Beagle. Y allí la podéis ver todos los que os acerquéis a sus vitrinas, repletas de sorpresas tan curiosas como ésta que hoy os traigo al blog.
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